miércoles, 8 de diciembre de 2010

Algodón de azucar

   El húmedo y frío hocico de aquel perro olisqueando mi cara, me hizo despertar. Me encontraba echo un ovillo junto a unos matorrales. La noche había sido fría. Me incorporé y pude ver que estaba prácticamente en el lecho del rio. Aproveché para mojarme la cara con aquella agua cristalina y así acabar de despertarme. De repente alguien llamó al perro y este subió la pequeña pendiente como si fuese una bala. Decidí seguirlo por la pendiente y al llegar arriba pude ver a una señora mayor sentada en una piedra, delante de una pequeña fogata que calentaba al parecer, un poco de leche acabada seguramente de extraer de las tres cabras que junto con el perro, hacían compañía a la anciana.!Chico¡, ven y toma un poco de leche para que entres en calor. No me hice de rogar. Ummm, jamás probé una leche igual. Mientras bebía de aquel cacito, me fijé en la cara de la señora y me llamó la atención su expresión de felicidad. Estaba llena de bondad. Sin darme cuenta, a lo lejos habían aparecido un grupo de personas que se dirigian como si en formación se tratara. Me pareció ver un señor con dos burros y un grupo de mujeres mas jóvenes, las cuales portaban diferentes animales de granja. ¿Donde irían con aquellos animales cantando y saltando? También se les veía muy alegres, como la señora de las cabras. Algo me empujaba a andar al encuentro de aquellas personas que poco a poco iban apareciendo e iban formando un camino. Pero ¿Donde conduciría aquel supuesto camino? Tenía que averiguarlo. Tras sortear una pequeña loma volvimos a encontrarnos con el río, pero esta vez accedíamos a un puente bastante viejo, el cual nos trasladaría hasta la otra orilla y así poder proseguir junto con el grupo que iba en aumento, aquel camino que cada vez se estaba haciendo mas excitante. La alegría, se contagiaba de unos a otros. No sabía donde iba, pero debía ser algo grande. No se lo que tardamos en llegar a aquel lugar, era como si no estubiese cansado. Como si no hubiese andado nada y recuerdo haber parado a comer con unos pastores que me ofrecieron pan y queso, haber cruzado el río, aprendí unas bonitas canciones con las mujeres jóvenes... No se, me sentía bien. ¡Allí está!, gritó el pastor mas avanzado, que portaba un cabrito a sus espaldas. Todos corrieron a ver. Era algo muy normal, un pequeño pueblo. Pero este pueblo desprendía una fuerza inigualable que te hacía adentrarte en él. Era como si un haz de luz mágica surgiese desde dentro de aquel pueblo. Concretamente aquella luz procedía de un pequeño establo muy concurrido de gentes llegadas de todos los rincones. Pude hacerme hueco entre los allí presentes y me colé para poder ver en primera persona lo que allí ocurría. Pude ver a un señor alto y con una barba bastante larga, que sostenía con sus manos un bastón de madera. También ví a la que me pareció la mujer mas bella que jamás hubiese visto. Sostenía en sus brazos a un pequeño bebé recién nacido que parcía querer jugar con los rizos que colgaban de la frente de su madre. Me acerqué con la intención de darle un beso en la frente y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Era una piel como de seda, sus carrillos redonditos y la mirada muy dulce. Besé aquella linda carita y un sabor como a algodon dulce de feria, prendó mis labios.


De repente sonó mi nombre; ¡Pablo!, era curioso hasta ese momento nadie me había llamado por mi nombre. Solo me decían: ¡chico!, ¡pequeño!, ¡mozalvete! y cosas así, pero no por mi nombre. ¡Pablo, Pablo! ¡Pablo, despierta que ya es Navidad! Ayer te quedaste dormido mientras ponías figuritas en el Belén. No podía creerlo, todo había sido un sueño. Sin embargo mis labios conservaban aquel dulce sabor a algodon de feria y nunca mas se me borraría.

                            Feliz Navidad

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