martes, 21 de diciembre de 2010

Tó pa ná

 Martes  21 de Diciembre
Pinedes de l’Armengol
8:15 zulú
Después de haberme peleado con el despertador y haberle dicho lo que pensaba de él, me dispongo a salir a la calle en dirección a la parada del bus. La mañana es fresca pero se aguanta bien. Es peor la niebla que hay,  unas gotas que empiezan a aparecer desde el cielo, refrescan mi cabeza  descubierta. Me dirijo a una reunión muy importante, la cual preveo que será breve  y casi sin sentido pero no puedo faltar. Con las prisas he olvidado coger el cinturón. El pantalón, de una época anterior más voluptuosa que la actual, me avisa que sin el cinturón, el día será entretenido. He salido con tiempo suficiente para que el bus no se me escape. Pasan los minutos y me doy cuenta de que el calzado que llevo, tampoco  es el más apropiado. Debería haberme puesto las botas pero me decidí por los zapatos pensando que irían más acorde con mi indumentaria. Son cómodos, tan cómodos que hace mucho tiempo que los uso. Demasiado uso supongo, pues la suela debe ser tan fina como el papel. El bus, para no romper su rutina, no pasa a su hora. El dilema es el siguiente: uno,  aún no ha pasado, con lo que me sigo mojando los piés con las cada vez más abundantes gotas que ya forman una lluvia en toda regla. Dos, ya ha pasado, lo que sería fatal para mí, pues aunque para la reunión faltan varias horas, no llegaría a tiempo. Por otro lado, había llegado con la suficiente antelación. Pero no sería la primera vez que pasa antes de su hora y deja a los usuarios esperando en la parada. Un rugido bronco como el sonar de una garganta castigada por el brandy, anuncia la llegada del mamotreco que me paseará por toda la urbanización durante un buen rato. Subimos, bajamos, volvemos a subir, giramos, volvemos a girar... Tengo la sensación de estar en la montaña rusa, una montaña rusa que parece no acabarse nunca. Por fín llegamos a la estación del ferrocarril. Un trayecto que se puede hacer tranquilamente en no más de doce minutos, se ha convertido en tres cuartos de hora lo que nos sitúa en las 9:15.
Estación de Cape
9:15 zulú
La estación de Cape es un tanto singular. De hecho no existe tal estación. Solo es un apeadero provisto de unas marquesinas que a duras penas te cubren de la lluvia. Dotada como no, de una maquinita para validar el billete necesario para utilizar el servicio de transporte. Jaja. ¿Pero qué billete puedo validar, si no tengo sitio donde adquirirlo? Puedo pagarle al revisor, pero sólo me venderá un billete sencillo y no una tarjeta multiviaje, que es lo que a mí me interesa pues habré de hacer más viajes. Recuerdo que el billete marcado del bus me puede servir para el tren, pero solo para algunas estaciones.(Esto de la tarifa por zonas es un rollo, acabas con la cartera llena de cartoncitos de una zona, de dos, de cinco…) Nada más arrancar el tren, aparece un chico vestido de rojo que me recuerda por un momento a un portero de circo. Su billete por favor. Fue buena idea validar en Cape. Bajaré en la próxima estación, aprovecharé para tomar un café calentito y así poder comprar la ansiada tarjeta multiviaje de cinco zonas que es la que procede. Cuando quiero darme cuenta, me he pasado de las zonas permitidas por el billete que llevo. No  pasa nada,  pues el revisor ya me ha examinado el susodicho billete. Mi curiosidad, que me hizo cambiar de asiento, junto con el entretenimiento que los viajeros proporcionan al revisor, hacen que éste se despiste y me vuelva a pedir que le muestre el título validado. ¡Que vergüenza! Haber si ahora me sanciona por estar fuera de zona. ¡Que bochorno¡ ¡Otra vez!, le increpo valiéndome que me parece un poco nuevo en el asunto. Disculpándose el buen chaval, llegamos a Piera. La lluvia es ahora muy fina pero incesante. Decidido atravieso la mini estación y cojo la calle abajo en busca del primer bar que me encuentre y que me proporcione un poco de calor mediante un buen café. El primer establecimiento que me encuentro está situado a unos quinientos metros o más de la citada estación. Llego como es normal, bastante mojadito. Además del cinturón, también dejé atrás el paraguas. Menudo día me espera. De haber sabido la calidad del brebaje que me pusieron en la panadería, me hubiese ahorrado la pateada, la mojada, la casi caída por culpa de un charco y el correspondiente euro que me soplaron por aquello. Los pantalones me volvían a recordar la ausencia de sustento. Es decir, se me caen constantemente. El estado algo nervioso que llevo, hace que vaya en tensión, y mi estómago se pega a mi espalda, holgando más aún el tallaje de la prenda. Hago lo que puedo, tiro de ellos hacia arriba una y otra vez. Los bajos, pisados y mojados cada vez pesan más. La lluvia apreta, corro como puedo intentando no quedarme en pelotas allí en medio. Cual es mi sorpresa al llegar de nuevo a aquel “apeadero techado”, pues justo al lado hay lo que parece un bar. ¡Que fastídio! Teniéndolo al lado mismo… En fín no pasa nada. Compro la dichosa tarjeta y como falta para que pase el tren, decido volver a probar suerte en el tema del café. ¿Un bar? Eso no es un bar. Tengo la sensación de estar en el  trastero de un quiosco de verano, osea ridículo y mal ordenado. Debería de haber esperado al tren metido en aquella garita que hacía las veces de estación. Mi adicción al café me hace conocer lugares insólitos a los que no volver. Pues bien , éste debería estar de los primeros en la lista. Mucho tiempo hace que no tomaba algo tan malo.
Piera
10:17 zulú
De nuevo en el tren, todo parece volver a su cáuce. Los pantalones ahora no se caen, voy sentado y no tengo frío excepto en los piés, que empiezo a no sentirlos. Ya estoy en camino después del pequeño problemilla, voy bien de hora. He descubierto la función de radio en mi teléfono móvil y como llevo los auriculares, lo pruebo. Jajajaja  ¡Que cateto soy! Mi condición de semisordo o escuchador en mono, es decir, que solo oigo por un oído, hace que ponerme solo un auricular me transporte al mundo de la radio pues no me entero de nada más. Acostumbro a viajar en la parte derecha de los vehículos públicos, pues así si alguien me dice algo, puedo enterarme. Como llevo anulado el contacto con el ruido que me pueda envolver, decido cambiar de lado y me pongo pegado a la ventana izquierda. Todo un mundo nuevo. Jajaja. Justo la diagonal que hace la fila de asientos, me permite tener a una chica de frente a mí pero unas filas más adelante. Parece ser que va acompañada de otra a la cual no puedo ver. No aparenta treinta años pero tampoco parece una demasiado adolescente. Viste bien. Coje su bolso y saca una cajita metálica redonda donde después de meter unas hierbas, le da vueltas a modo de molinillo. El resultante lo vuelca en un papelito y muy diestramente lo lía formando un canutillo. Tiene destreza, no es el primero. La chica, percibiéndose de que la miraba, cambió su expresión y sus ojos quisieron clavarse en los míos. Su mirada era muy clara. No le hacía falta hablar para preguntarme ¡Que coño estás mirando! o ¡A tí que leches te importa lo que estoy haciendo! Hábil yo en estos temas, cambié mi mirada y le hice entender que no solo no me importaba, sino que le deseaba que le sentase a gusto. La chica buena entendedora se sintió menos agobiada y siguió dándole vueltas a aquel canutillo. La siguiente parada sería la que las haría bajar a ella y a su compañera. Absorto con la radio, prosigo mi viaje. Las puertas del vagón se cierran y algo raro ocurre. ¿Qué pasa? ¡Vamos hacia atrás otra vez¡ No puede ser, tenía que haber bajado del tren y cambiar a otro pues éste me llevaba otra vez de vuelta a Cape. Ooooooh. ¡Que mañanita! Consigo subirme a otro que va en buena dirección, quiero llegar ya a Sant Boi. Paso el siguiente tiempo mirando por los cristales y me percato de que me volveré a mojar otra vez. Llego a mi destino en cuanto a tren se refiere. A pocos metros de la salida de ésta sí, una estación algo más convencional, está la parada del nuevo bus al que tengo que acceder. La suerte quiere que éste, reste en la parada aguardando la hora de salida. Por lo menos, gracias a la “multi”, no debo desembolsar mas dinero, me sirve el mismo billete. El bus, bastante más nuevo y moderno que al que me subiera de buena mañana, se estaba llenando de gente extraña. Digo extraña porque no conozco a nadie. Todo el mundo parece preocupado, nadie habla. Los cristales mojados y empañados con el vaho, apenas deja ver como corre la gente por causa de la lluvia. El tráfico es  terrible, no avanzamos. Me estoy angustiando. Me falta aire, necesito bajarme pero no puedo perder más tiempo.
Viladecans
11:30 zulú
Ya estoy en Vila, por fín. Sólo me falta un kilómetro andando cuesta arriba, por calles donde no hay balcones para refugiarse de la lluvia. Los pantalones deben de pesar un quintal por lo menos y lo que antes eran piés, ahora parecen dos cubetas de helado de cinco litros cada una. El andar deprisa hace que mis pies se abran y me da miedo tropezar con un bordillo de la acera y perder uno o varios dedos. Tengo mi vejiga particular que me recuerda que soy humano y que necesito una paradita un tanto urgente. No lejos de donde me encuentro, recuerdo que había una cafetería adecuada para por tercera vez, intentar que me sirvan algo que recuerde a un café en condiciones. No hay dos sin tres. ¿Es que ya nadie sirve buen café?¿Por qué la gente se bebe eso como si nada? Lo decido acompañar con un minúsculo bocadillo de jamón, intentando cambiar el sabor que aquello me iba a dejar en la boca. Asombrósamente, café y bocata, un euro con ochenta. Subo la calle pensando que animal sería el que dió ese jamón.
Lugar de reunión
12:00 zulú
Media hora antes de la cita
Increible, si contamos lo que me ha costado hacer estos escasos setenta kilómetros, llego treinta minutos antes de la hora concertada. La reunión la presido yo, así que como veo que la otra parte está ya presente, adelanto tiempo y voy por faena. Malas noticias, necesito un profesional de urgencia. Lo que yo vaticinaba, seis minutos de reloj es todo lo que ha durado la tal reunión. Ahora ya, sólo me queda la vuelta, sólo. Sin perder tiempo bajo hacia la carretera por donde pasa el 96 que me llevará de vuelta a Sant Boi. Si por mí fuese me cortaba los pantalones, o me los quitaba y los tiraba. Estoy cansado de tirar de ellos. Cada vez pesan más y parece que cada vez esté más delgado. Ya en la parada me doy cuenta de que tengo que solucionar algo antes de salir de Vila. No dándome por vencido, tiénto por cuarta vez a la suerte y me adentro en lo que parece un mesón bastante agradable. ¡Un cortado por favor! ¿Con la leche caliente, caballero? Sí, que bien ésta va a ser la buena. Buen color, calentito… umm  éste sí, ya era hora. A través del móvil contacto con mi persona de confianza y me enlaza con el buscado profesional. Las conversaciones no superan los tres minutos pero son suficientes para que el cortado se hubiese enfriado. Aaaahh¡¡ Bebo, pago y salgo mosqueado nuevamente. ¡Justo a tiempo!, llega el 96. Ha dejado de llover pero nadie lo diría al ver mis pantalones. No lo he dicho, son de pana y van absorviendo el agua que me llega ya a las rodillas. ¿Los pies? No tengo. Es increíble lo que tardan los buses. Allí como hay poca gente, hay pocos buses y tardan mucho. Aquí hay más buses , más gente y mucho más tráfico, lo que hace interminable un corto trayecto. Ésta vez no ha habido tanta suerte y me toca ir de pié. Al final de todo como los castigados en clase. Quiero consultar el horario del tren por si fuese posible hacer un enlace rápido y poder regresar pronto a casa. Además del horario del tren, que es un cuádruple desplegable de papel, tengo que combinarlo con el otro horario del bus también desplegable, ésta vez es de cartón,  y con la hora que marca mi reloj del móvil. Todo una obra de malabarista si lo quieres hacer con una cierta discreción, pues la de veces que meto y saco un cartón y otro , el cable del auricular que se me engancha y me tira de la oreja, que no encuentro que hora es… Proporciono a una pareja de personas mayores que viajan de espaldas a la dirección del vehículo un auténtico show. Los que parecen  intrigados en mi tejemaneje con tanto sacar y meter cosas del bolsillo.  Última parada, me bajo, cruzo y en un minuto estoy en el andén. Con tan sólo cruzar la calle, el tatuaje situado en lo más alto de mí, vuelve a ser bendecido con agua fresquita.¿ Lo conseguiré? No lo creo. Tengo que llegar a punto a Cape para poder enlazar con el último bus del día, que debe de transportarme hasta mi casa. Hemos llegado a Martorell por tercera vez en lo que va de día. El reloj sigue su particular carrera, no se para y yo no llego. R6, el mío. Me encuentro cansado y sin embargo no he hecho nada, tan solo acarrear con unos pantalones de pana empapados y soportar dos bloques de hielo por piés. Ya no estoy tan tenso pero la moral la tengo un poco baja. ¡Cuantas ganas tengo de acabar con este asunto¡ Como era de preveer, llego tarde a Cape y no podré enlazar. ¡Que fastídio¡   Hay otro pequeño transporte del que me voy a reservar de hacer comentarios porque no vale la pena. Con él, llegaré hasta el centro urbano donde podré meterle algo más consistente al cuerpo. El mini bocata seguro que también va arrastrando por el suelo dado la hora que es. La última pelea con mis pantalones me lleva hasta un bar donde me sirve mi amigo un Frankfurt que parece un lápiz de cera de color naranja. Bollo seco, salchicha pequeña a un ladito del pan… Decididamente hoy no es mi día en los bares. Llamo por teléfono y un familiar cercano decide venir a salvarme. De no ser así me tocaría esperar alrededor de dos horas para coger el siguiente bus. Bueno,  a la espera de mi salvador, me quedo alrededor de quince minutos , en una esquina, muerto de frío, con cara de tonto y de cansado, sin piés. Y con ganas de llegar a casa. Aparece el tal salvador provisto de un vehículo cómodo y calentito que dará un final mejor a esta odisea.
Pinedas
15:45 zulú
De vuelta a casa. Siete horas y treinta minutos. Ciento cuarenta kilómetros y cuatro intentos de tomar café. Todo por una reunión de tan solo seis minutos de reloj. “Tó pa ná”

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